sábado, 8 de diciembre de 2012

El día a día.-


Me despierto interiorizándome la idea de que debo sonreír. Para no preocupar a nadie. Aunque quiera llorar, aunque en mi interior haya una jodida guerra. Cuando no esté en casa, tengo que ser fuerte. Me ahorro las preguntas estúpidas de "¿qué te pasa?". Eso no sirve para nada.
Y en el momento en el que llegas a casa... Te desplomas. Y ya. No hay más. Todos los días igual, no tienes tregua. Das las gracias de estar sola. Se te viene el mundo encima en forma de dudas, de preguntas, de miedo... Te recuerdas todo lo que haces mal, los gritos, las lágrimas... Te encierras en tu cuarto hasta que alguien de tu casa decide interrumpirte,  y recordarte que esta tarde vuelves a estar sola. Qué raro. En esa casa nada es normal. Y otra vez lo mismo. Te encierras.
¿Y las noches? Aún peor que los días. Con el maldito insomnio que no se aleja, con marcas en las paredes y la almohada empapada.
Y todo es por tu culpa.

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